Los Perros de Riga by Henning Mankell

Los Perros de Riga by Henning Mankell

autor:Henning Mankell [Mankell, Henning]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Spanish
ISBN: 9789871210046
editor: TusQuets
publicado: 2008-11-23T21:00:00+00:00


11

A las cinco y media de la tarde Kurt Wallander salió del hotel. Pensó que si en el término de una hora no lograba deshacerse de sus vigilantes nunca lo conseguiría. Tras despedirse del sargento Zids después de comer —se disculpó diciendo que tenía mucho que hacer y que prefería trabajar en su habitación—, dedicó el resto de la tarde a urdir un plan para librarse de sus perseguidores.

Nunca antes le habían vigilado, y raras veces se había visto implicado en el seguimiento de algún sospechoso. Intentó recordar si Rydberg se había manifestado en alguna ocasión acerca del difícil arte de seguir a alguien, pero no recordó que Rydberg hubiera dicho nada al respecto. Además, sabía que se hallaba en una situación extremadamente difícil, ya que apenas conocía las calles de Riga, y por tanto no podía planear ninguna acción sorpresa. Tendría que aprovechar la ocasión, y no tenía mucha fe en conseguirlo.

De todos modos, se sentía obligado a intentarlo. Baiba Liepa no haría tantos esfuerzos por proteger sus encuentros si no tuviese un buen motivo. Imaginaba que la viuda del mayor no era proclive a escenas dramáticas innecesarias.

Cuando salió del hotel ya había oscurecido. Dejó la llave en el mostrador de la recepción sin decir adónde iba ni cuándo iba a volver. La iglesia de Santa Gertrudis, en la que se celebraba el concierto, se hallaba cerca del hotel Latvia. Albergaba la ligera esperanza de poder escabullirse entre la gente que salía del trabajo y se dirigía a sus casas.

Fuera, notó unas ráfagas de viento. Se abrochó la chaqueta hasta el mentón y echó una mirada a su alrededor. No vio a nadie parecido a su vigilante. ¿Y si eran más de uno? En algún sitio había leído que los buenos vigilantes nunca se acercaban por detrás, sino que andaban siempre por delante de la persona a la que vigilaban. Caminaba despacio y a menudo se detenía ante algún escaparate. No se le ocurrió nada mejor que simular ser un paseante, un turista de visita en Riga, quizá con la ambición de comprar los regalos adecuados antes de marcharse. Atravesó la ancha avenida y torció por la calle de detrás del Parlamento. Estuvo casi tentado de parar un taxi y pedirle que le llevara a cualquier lugar para luego cambiar de coche, pero pensó que era un ardid demasiado fácil de descubrir para sus perseguidores. Seguro que tenían acceso a un coche y la posibilidad de trazar un mapa sabiendo dónde y con qué taxis de la ciudad había viajado.

Se detuvo ante un escaparate con una triste colección de ropa para caballero. No reconoció a ninguna de las personas que pasaban detrás de él reflejadas en el cristal. «¿Qué hago? —pensó—. Baiba, debiste explicarle al señor Eckers cómo llegar a la iglesia sin que le siguieran.» Continuó andando. Notó que tenía las manos frías y lamentó no haberse llevado los guantes.

Por una repentina inspiración, decidió entrar en una cafetería cuando pasó por delante. El local estaba lleno de humo y a rebosar de gente, y olía a cerveza, tabaco y sudor.



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